Bajo este título voy a exponer unas pequeñas reflexiones sobre la narrativa cuando se trata la historia.
¿Qué le puede llegar al público que, aborrecido de fechas y nombres por una larga tradición de enseñanza, decidieron obviar una asignatura fundamental como la Historia?
Una práctica común y hasta recomendable es la usada por muchos escritores con ganas de desarrollar su intelecto a través de la palabra escrita y que siendo una labor cuyo cometido es verdaderamente un ejercicio mental agotador en ideas y reconstrucción de lagunas insalvables que nos deja la Historia, hoy os propongo reflexionar sobre un tema: novelar la historia.
Una práctica común y hasta recomendable es la usada por muchos escritores con ganas de desarrollar su intelecto a través de la palabra escrita y que siendo una labor cuyo cometido es verdaderamente un ejercicio mental agotador en ideas y reconstrucción de lagunas insalvables que nos deja la Historia, hoy os propongo reflexionar sobre un tema: novelar la historia.
Si en algunos
casos, nos puede intrigar o tan siquiera provocar curiosidad la llegada de tradiciones heredadas, cuánto más lo será la propia Historia, que traída de las manos de los historiadores, van filtrando el tiempo para reducirlo a hechos, acontecimientos y procesos que albergan la naturaleza y condición del ser humano en largos períodos y que para que se puedan conocer, los trabajan sacándoles el máximo rendimiento para su conocimiento público. La novela
histórica, curiosamente es una forma de enriquecer esa visión puramente histórica, pero filtrada por un escritor que puede ser o no, historiador.
Y si además,
haciendo uso de un lenguaje muy asequible, su llegada es bien recibida por
cuantos la leyeron, han hecho de la
narración de hechos y acontecimientos, partícipes en grado de observadores que
se identificarán con algún momento expresado.
Y eso, sin
ahondar en las pasiones que se deriven por el gusto que se tenga en una época
determinada de la historia, en un personaje concreto...
No se trata de
sustituir la historia por la novela histórica, sino de escribir relatos,
historias, etc. que tengan que ver con la Historia, que nos animen a leerla, a
pensarla, hasta aprender de ella... y de esta práctica, se pueden distinguir
dos formas de hacerlo:
-
por un lado, ceñirte a los hechos y a los personajes,
de manera que estos existieron, fueron reales, pero en la imaginación del
novelista está la forma de escribirlo para transmitírselo al lector. Un ejemplo
lo vemos en Napoleón de Max Gallo.
-
por otro lado, se pueden coger los hechos históricos y
usarlos como telón de fondo para desarrollar tramas inventadas. Ejemplo de ello
es El nombre de la Rosa de Umberto Eco.
De esta forma se
va más allá, la Historia se complementa y se hace más asequible, lo que no
quiere decir más creíble, pero sí más humana, menos fría. Para otra ocasión se quedará el reflexionar sobre otras formas de escribir la Historia a través de la poesía, de representaciones artísticas, de cuentos...
En definitiva,
novelar la Historia, puede ser una práctica edulcorada que permite anecdotizar
períodos, hechos e incluso protagonistas, que siguen en continuo estudio para
los historiadores, que por su afán en acercarse
–y digo sólo acercarse- a la verdad, siguen replanteándose una y otra vez, un
enfoque representativo de la historia para toda la sociedad, y en definitiva,
para el hombre en particular.