19 nov 2012

Covadonga: mito e historia de una batalla. (3ª parte).



No hay acontecimiento histórico importante que no esté trufado de guerras, de batallas y de muertos. La Historia de la Humanidad se ha construido sobre millones y millones de cadáveres, todos víctimas, casi todos inocentes, y sobre el dolor, la opresión, la injusticia y las más terribles vejaciones que el ser humano sea capaz de imaginar.”

LOSADA, Juan Carlos, Batallas decisivas de la Historia de España. Barcelona. Santillana ed. 2005. p.: 24.


De aquellos árabes que lograron escapar en dirección sur, según las crónicas, una parte importante de ellos quedaron sepultados por un desprendimiento de tierras, un derrumbamiento de peñascos que según la leyenda, fue obra de la Virgen María, que envió una tormenta que hizo que las rocas y los árboles de la caída de la montaña fueran a parar sobre las huestes musulmanas, siendo, en cualquier caso, conocida esta zona con el nombre de la Huesera de los moros, por la cantidad de huesos encontrados en yacimientos arqueológicos más contemporáneos.

Y como al parecer, este debió ser poco castigo divino, según la leyenda, aun quedaron árabes que se ahogaron en el Lago Enol, árabes arrastrados a sus aguas tras el desprendimiento que se había producido sobre el estrecho cuello natural que las montañas cobijaban.

Y de los pocos que ya quedaban, perecieron de fatiga tras escalar tantas montañas y saltar tantos abismos, sucumbiendo a la penuria, al aislamiento y al acoso de los naturales de la zona.

Abandonados a su suerte, llegaron a Gijón las noticias de la victoria cristiana, atribuida, según la leyenda, a una montaña con don divino, por una Virgen que como ya dije, hoy en día se la sigue venerando.

Muza, previendo que la lucha iría a más y contraria a sus armas e intereses, optó por alejarse de aquella tierra áspera e insurgente, activada contra los musulmanes. Y en su intento de huída, los naturales de la región, a los acechos constantes y animados de fuerza y éxito, cayeron sobre las desconcertadas huestes mientras trataban de cruzar los crestones rocosos que cierran la salida meridional del valle de Olalíes y allí los aniquilaron, muriendo en aquellas tierras tan lejanas de su país de origen, que un día les vio partir en busca de mejor fortuna y encontraron en aquellos valles una muerte sangrienta, bajo aquel hombre al que habían considerado como asno salvaje.

La victoria de Pelayo dio moral y esperanza a las gentes que se habían refugiado en el norte, y ya sea mito, leyenda o historia, estos montañeses arrancan su historia, entintada de mítica y legendaria, en lo que algunos historiadores describen como el origen del reino astur, el germen de esta España que terminaría con el dominio islámico al correr y guerrear de casi ocho largos siglos.

Es sabido, que la cruz que don Pelayo alzó en vísperas de la batalla, ha permanecido hasta nuestros días en el escudo oficial de la bandera de Asturias y en la cruz que mandó forjar Alfonso III el Magno, revestida de oro y piedras preciosas, que hoy se encuentra en la Santa Catedral Basílica, penden de sus brazos las letras  Alfa y Omega, primera y última del abecedario griego, simbolizando a Cristo. Y por la orla, alrededor del escudo, las palabras “Hoc signo teutur pius” (Con esta señal se defiende al piadoso) a la derecha y “Hoc signo vincitur inimicus” (Con este emblema se vence al enemigo) a la izquierda.

FOTOGRAFÍAS, TEXTOS, MAPAS, Y BIBLIOGRAFÍA:

Escudo heráldico de Asturias y Cruz de Pelayo representando el escudo de Asturias.


Estatua de Pelayo en bronce con la cruz de la Victoria.

 Pico Urriello, en Naranjo de Bulnes, (Picos de Europa)


Lago Enol

1. Cueva de Covadonga. 2. Batalla de Covadonga, según un grabado. 3. Valle de Covadonga (La flecha roja indica la ubicación de la cueva).
Iglesia de la Basílica de Covadonga.

 TEXTOS DE DOS VERSIONES DISTINTAS SOBRE LA BATALLA DE COVADONGA:


La batalla de Covadonga vista por los cristianos (Crónica de Alfonso III, siglo X)

Alqama entró en Asturias con 187.000 hombres. Pelayo estaba con sus compañeros en el monte Aseuva, y el ejército de Alqama llegó hasta él y alzó innumerables tiendas frente a la entrada de la cueva. El obispo Oppas subió a un montículo situado frente a la cueva y habló así a Rodrigo:

-          Pelayo, Pelayo, ¿dónde estás?

El interpelado se asomó a una ventana y respondió:

-          Aquí estoy.

El obispo dijo entonces:

-          Juzgo, hermano e hijo, que no se te oculta cómo hace poco se hallaba toda España unida bajo el gobierno de los godos y brillaba más que los otros países por su doctrina y ciencia, y que, sin embargo, reunido todo el ejército de los godos, no pudo sostener el ímpetu de los ismaelitas, ¿podrás tú defenderte en la cima de este monte? Me parece difícil. Escucha mi consejo: vuelve a tu acuerdo, gozarás de muchos bienes y disfrutarás de la amistad de los caldeos.

-          ¿No leíste en las Sagradas Escrituras que la iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la mostaza y de nuevo crecerá por la misericordia de Dios?

-          Verdaderamente, así está escrito. […] Tenemos por abogado cerca del Padre a Nuestro Señor Jesucristo, que puede librarnos de esos paganos […].

Alqama mandó entonces comenzar el combate, y los soldados tomaron las armas. Se levantaron los fundíbulos, se prepararon las hondas, brillaron las espadas, se encresparon las lanzas e incesantemente se lanzaron saetas. Pero al punto se mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos. Y como Dios no necesita las lanzas, sino que da la palma de la victoria a quien quiere, los cristianos salieron de la cueva para luchar contra los caldeos; emprendieron éstos la fuga, se dividió en dos su hueste, y allí mismo fue, al punto, muerto Alqama y apresado el obispo Oppas. En el mismo lugar murieron 124.000 caldeos, y los 63.000 restantes subieron a la cumbre del monte Aseuva y, por un lugar llamado Amuesta, descendieron a la Liébana. Pero ni éstos escaparon de la venganza del Señor.

La batalla de Covadonga vista por los musulmanes (Crónica de Al-Maggari, Nafh al-tib,  siglo XVII)

Dice Isa ben Ahmad al-Razi que en tiempos de Anbasa ben Suhaim al-Qalbi, se levantó en tierras de Galicia un asno salvaje llamado Belay [Pelayo]. Desde entonces empezaron los cristianos de al-Andalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder (…). Los islamitas, luchando contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de su país (…) y no había quedado sino la roca donde se refugia el rey llamado Pelayo con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían que comer sino la miel que tomaban de la dejada por las abejas en las hendiduras de la roca. La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron diciendo “Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?” En el año 133 murió Belay y gobernó su hijo Fábila. El dominio de Belay duró diecinueve años, y el de su hijo, dos.

MAPAS:

 Rutas seguidas por los árabes.

Mapa de la zona Astur hasta el siglo VII.

Croquis esquemático de la Batalla de Covadonga.

 BIBLIOGRAFÍA:

-          BEGA MARROQUÍN, Armando. Los orígenes de la Reconquista, en Historia 16. 2003. (pp.: 29-35).

-          BENITO RUANO, Eloy. La Monarquía Asturiana, en Historia 16, 1989. (pp.: 52-57).

-          CEBRIÁN, Juan Antonio. La Cruz del Sur. España. Ed. La Esfera de los Libros, 2003.

-          BUENO, Gustavo. Prólogo, en Historias de Covadonga, (de Ignacio G. Noriega). 2008. Ed Laria. Oviedo.

-          KINDELÁN DUANY, Alfredo. Una constante geobélica (III). La batalla de Covadonga,  en Ejército. Revista ilustrada de las armas y servicios. Nº 188. 1955. Madrid. (pp.: 3-8).

-          MONTENEGRO, Julia y DEL CASTILLO, Arcadio, En torno a la conflictiva fecha de la batalla de Covadonga. en Internet: http://rua.na.es/dspace/bitstream/10045/6978/1/HM_08_01.pdf

-          RUIZ DE LA PEÑA, Ignacio. Batalla de Covadonga, en Gran Enciclopedia Asturiana. Tomo 5. pp.: 167-172). Silverio Cañada Ed. Gijón. 1981.

-          SÁNCHEZ ALBORNOZ, Claudio. Orígenes de la Nación Española. El reino de Asturias, Madrid, Ed. Sarpe, 1985.

-          W. LOMAX, Derek. La Reconquista. España, Ed. Crítica. 1984.

1 nov 2012

Covadonga: mito e historia de una batalla. (2ª parte).


"...sólo habrá tiempo para aquellos cuerpos que han caído.
Y soñará el poeta con esa historia perdida,
recaudará en su mente la imagen que más verdad le muestre,
encenderá la pasión que motivó aquella caída
y endulzará el llanto que con afligidos vítores le entierren".

Pelayo, situado en los valles más agrestes del interior del oriente astur, toma contacto con los habitantes de la comarca que se hallaban celebrando un concilium (asamblea popular), situación que aprovecha para alentarlos a la rebelión contra la dominación islámica, alimentando la discordia y el enfrentamiento contra los árabes y consiguiendo que le eligiesen como su líder indiscutible: su caudillo (jefe militar).

La situación se podría tildar de insólita, pues aquellos hombres rudos, que algunos historiadores los describen como montañeses de indómito carácter, bravos por naturaleza, apenas cristianizados y que vivían dispersos en clanes, escasamente relacionados con el mundo fuera de la montaña, que de vez en cuando, se aventuraban hacia un sur más desolado pero menos aislado, empezaron por no pagar tributos y a atacar a los puestos avanzados y otras guarniciones de los invasores con suma violencia, iniciándose un levantamiento popular, una sublevación que comenzó a extenderse poco a poco y en la que se aglutinaron bajo las órdenes de don Pelayo, encontrando varios factores a favor de dicha sublevación: la desorganización política y económica de los extensos territorios tan rápidamente conquistados por los súbditos del califa cordobés y el desatendimiento imprudente del foco de insurrección a favor de una voluntad continuista de invadir Europa.

Es conocido a través de las crónicas musulmanas, que desde Córdoba se envía a un ejército al mando de Alqama para rendir a los insurrectos lo antes posible, a fin de no correr riesgos de nuevas sublevaciones. Y pese a no creer que estos montañeses ofrecieran una cumplida resistencia ante una fuerza disciplinada y numerosa, con el propósito de negociar una rápida y beneficiosa capitulación si la ocasión se terciaba, la autoridad cordobesa dispuso que acompañara a la hueste militar musulmana, el obispo Oppas, a quien las crónicas de Alfonso III hacen hijo del rey Vitiza (último rey visigodo cuya muerte fue el inicio de la lucha de poder goda), cuyos partidarios, enemigos de Rodrigo, apoyaron la invasión musulmana e incluso cooperaron con ella.

La fuerza musulmana, cuya cifra varía según la crónica que uno lea (se calcula que entre 800 y 1.400 hombres, aunque hay crónicas que las elevan a 187.000), aprovechó la vía romana que cruzaba la cordillera Cantábrica por el Puerto de la Mesa para entrar en la región astur. La expedición de castigo se realizó con éxito y la mayoría de los rebeldes retornaron a la paz servil y al pago nuevamente de los impuestos, mientras que Alqama acorralaba a Pelayo y a su aguerrida tropa en los inasequibles reductos del relieve asturiano, en los mismos pliegues de la montaña, en el angosto valle de Cangas de los Picos de Europa, cuyo fondo cierra el monte Auseva, y en él, una cueva, Covadonga, que incluso en nuestros días es objeto de veneración a la Virgen María, atribuyéndosele culto mariano ya desde hacía tiempo antes, y que no era muy grande, pero fue el escenario idóneo, el lugar más privilegiado, el sitio de la resistencia cuyo nombre da origen a un sitio y un momento, que les hizo historia, pues en ella encerró tanto a la vida como a la muerte, tanto a la gloria como al infortunio, tanto al mito como a la leyenda que ha pasado a nuestros días…  

Al resguardo, en los profundos acantilados y filosas gargantas de las zonas más montañosas, don Pelayo y los suyos (alrededor de unos 300 según las fuentes), hábiles para trepar por las cumbres, conocedores de los lugares capaces de ocultar y de las sendas por donde huir si fuese necesario, atrajeron tras de sí a las huestes musulmanas, que se adentraron en un territorio, que salvando las dificultades orográficas de consideración, se aventuraron con desconocimiento en busca de aquellos montañeses insurrectos y rebeldes que quedaban.

En un primer momento, Alqama intenta convencer a don Pelayo, a través del obispo Oppas, de una rendición pactada, pero esto fracasa, dando pie a una inminente escaramuza con apelativo de batalla, que enfrentaba a una considerable mayoría musulmana frente a unos reducidos y diezmados hombres. La suerte estaba echada…

Pero según cuenta la tradición, en ese momento don Pelayo tiene una visión: se abrieron los cielos y se distinguió una inmensa cruz bermeja, apareciéndosele así la Virgen, que le anuncia la victoria, entregándole una cruz confeccionada con las ramas de un roble, es la Cruz de la Victoria, que alzó sobre el campo de batalla.

Las tropas musulmanas avanzaron por el pequeño valle de Covadonga, siendo atacado desde las laderas laterales por furiosos montañeses, que por el hechizamiento de la batalla, se envilecieron y alzaron sus corazones inflamados por el darlo todo o no dar nada, embraveciéndose tanto, que atacaron con tal violencia que hicieron una masacre entre las huestes enemigas que no atinaron a maniobrar, ya sea por un jefe con pocas dotes para la estrategia o ya sea por la dificultad y la estrechez orográfica del terreno que los dejaba encajonados en el fondo de la garganta a merced de una posición cristiana dominante por su elevación y recodos tácticamente inexpugnables.

Los musulmanes estaban teniendo demasiadas bajas, pues también según la tradición y el mito, las flechas que la hermandad mora lanzaba contra aquellos montañeses caían en contra suya, malhiriéndoles y causándoles la muerte. Y es aquí donde muere Alqama y Oppas cae prisionero y a partir de aquí también, las tropas árabes, no pudiéndose organizar, quedan divididas y comienzan a ser sacudidas por el pánico entre sus filas, produciéndose una huida desordenada en la que intentaron escapar por el mismo camino por el que venían, aunque otros tomaron caminos de cornisa que los llevaron a otras recónditas y abruptas gargantas donde, fueron eliminados por los rebeldes de Pelayo.

Y he aquí la primera victoria contra un invasor que todavía no había terminado aquella agónica aventura por los inexplorados senderos, para las tropas árabes, existentes en los Picos de Europa. Una desventaja orográfica y estratégica que supuso sudor, sangre y lágrimas para un pueblo que extendía sus brazos hacia el total dominio de una península que comenzaba a ser una angosta lucha que duraría siglos contra la dominación árabe.



 

MUCHAS GRACIAS!!

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