Uno de los episodios de nuestra
historia, cuyo recuerdo alcanzo a recuperar, fueron aquellos días en los que la
EGB era la base de nuestra enseñanza y los libros de Santillana o de Anaya,
inundaban nuestras mochilas sobre la espalda. Por entonces, se estudiaba la
asignatura llamada Ciencias Sociales, que materializaba en textos, dibujos y
fotografías, la Historia de España.
Y recuerdo leer en ellos, la
azarosa hazaña de los núcleos más resistentes que iniciaron el comienzo de una
lucha por expulsar a los musulmanes de la Península, encumbrando a héroe, la
figura de un tal don Pelayo, un vengativo y renegado señor del norte, que sacó
provecho de una abrupta geografía, de un indomable carácter norteño y de un par
de palos de roble cruzados.
En mi memoria veo esta historia
como una henchida batalla que cada maestro en historia que he tenido, la adornaba
con florituras varias y situaba en el inicio de una Reconquista entrecomillada, por ser un término objeto de debate.
Se engalanaba la tragedia de una batalla,
la de Covadonga, cruel y despiadada, que aniquilaba a hombres y mujeres traídos
a una lucha, no sólo por el fervor, cada cual a su creencia, sino también
a una forma de vida ajena, a unas
obligaciones en forma de impuestos… pero también a una cultura que dejaba en
tierras hispanas un arte, una ciencia, una religión, una tradición que aun hoy perduran.
Y así doy origen a este fragmento
de historia:
El mito de Covadonga: anécdota de un hecho con relevancia histórica (1ª parte).
Allá por el 718, -aunque otros
nos sitúan en el 722-, la situación peninsular estaba bajo, casi por entero,
invadida por población islámica. Una situación a la que se había llegado tras
una guerra civil dentro del imperio visigodo por estrechar en la cabeza una
corona goda entre los que se consideraban herederos legítimos y el que por
derecho lo era. Pues es sabido, que la lucha de poder a menudo es originada por
la avaricia, la venganza y la envidia.
Prácticamente toda la población
goda que se resistía a ese dominio estaba huyendo a tierras más al norte, donde
se veían arrastradas con familias y pertenencias a zonas más frías y climas más
severos, donde las tierras son pedregales que arañan un suelo calizo y que
untan con un verdor empapado en musgo y hongos anchas rocas de abruptas
montañas y cuyos valles ricos de vegetación, son capaces de sostener una
población relativamente densa, ocultos, apartados de las rutas más cómodas y
usuales, protegidos por la vecindad de las montañas y que por eso, debieron ser
los lugares favoritos de refugio para los astures insumisos y para los
emigrados visigodos.
Otros, sin embargo, se refugiaron
en la Septimania Franca. Y la población que se quedaba, iba pactando nuevas
condiciones de vida, que aunque no les gustasen, las aceptaban para seguir con
vida, como el que más tarde retomaremos, el obispo Oppas, aunque hubo quienes
se convirtieron a la nueva fe que estaba penetrando desde el sur de la
península.
Siendo este el escenario, surge
entre los testimonios referidos a esta época el nombre de un señor llamado
Pelayo, del que se cree que fue espartario (portador de la espada) de la
guardia personal de don Rodrigo, legítimo heredero de la corona visigoda.
Cuenta la tradición histórica,
que gobernaba el norte peninsular desde Gijón un bereber, cuyo nombre más abreviado
se conoce como Muza y que, ya sea por conseguir una alianza matrimonial o por
amor, pretendía a la hermana de don Pelayo, Ermesinda (Adosinda). Pues no es
descabellado pensar, que don Pelayo fuese un jefe local y el casamiento de
Ermesinda con Muza supusiese la consolidación y legitimación de la autoridad
política del árabe en la zona.
Pero quiera o no el mito, la
leyenda o la historia, a don Pelayo no le gustaba esta idea, y supuso un
obstáculo muy obstinado en esta unión, por lo que Muza le envía a Córdoba,
junto con otros rehenes como garantes para el pago de impuestos.
Lo cierto es que desde allí logra
fugarse regresando al norte, y viendo que los engranajes de ese matrimonio
seguían adelante, aunque no se sabe muy bien si con consentimiento o no de su
hermana, según las fuentes que se lean, huye y se pierde en el violento y
escarpado territorio montañoso de Asturias.
Y es aquí donde comienza la
historia más épica de don Pelayo, llamado por las crónicas arabescas fugitivo, asno e ignorante, que fue
convertido en caudillo para encabezar una lucha desigual contra el pueblo
árabe, que penetrando por el sur, tenían casi invadida toda la península y
soñaban con extenderse más allá de los Pirineos.
Me gusta mucho Sonia, el tono épico-romantico me gusta.
ResponderEliminarBueno, todo sea por encontrar fórmulas que acerquen la historia a aquellos que ven en ella, sólo el aburrimiento de fechas y datos metidos en libros que nunca leerían.
EliminarParece el comienzo de una historia muy interesante, que en tus manos, seguro que será muy buena.
ResponderEliminarGracias. He dividido este episodio de la Historia de España en tres partes. Espero que te resulten igual de interesantes las que quedan por publicar.
EliminarAhora que estaba cogiendo carrerilla en la lectura porque se estaba poniendo interesante coges y me pones: continuará ..... pues me voy a por la segunda parte de la historia, que esto se está poniendo muy interesante ......
ResponderEliminarJajaja… tú lee, que son tres partes.
EliminarNo es por nada, ¡¡pero eso no se hace!! Aunque yo soy de los que hizo 'Ciencias Sociales', no me conozco la historia!!! y me has dejado a medias :)
ResponderEliminar¿Continuarás, no?
jajaja... está continuada, no te preocupes. Saludos!! ;D
EliminarSi mi profesora de historia lo hubiera hecho así!!!!
ResponderEliminarjajaja... pues todavía estás a tiempo de retomar la historia!! Saludos.
EliminarInteresante historia, además de utilizar un lenguaje muy cautivador.
ResponderEliminarBesos
Interesante historia, además de utilizar un lenguaje muy cautivador.
ResponderEliminarBesos